Jul 10, 2023 | Sin categoría

Antropoceno, retos nuevos y alguna lección del pasado

¿Qué nos ocurre?

Es bien sabido que todas las actividades que llevamos a cabo los humanos desde tiempos remotos generan una serie de impactos en nuestro planeta. Hasta aquí todo muy bien, pero actualmente tenemos un problema, y ​​en concreto lo tenemos desde el siglo pasado, ya que estos impactos son mayoritariamente negativos y se nos han ido de las manos.

El ritmo de vida, el modo de consumo y el sistema actual nos han llevado a este contexto con muchos retos por alcanzar y que, además, necesitamos alcanzar si queremos sobrevivir. Era cuestión de tiempo que el tic-tac del reloj planetario empezara a acelerarse.

Dicho esto y con una mirada líder, se necesitan verdaderas medidas y conocimiento de la causa para aprender de los errores y así poder afrontar las diferentes crisis globales que tenemos delante, como lo son la climática, la de biodiversidad, la energética y la alimentaria. Si ponemos el foco en la alimentación por ejemplo, nos daremos que es una actividad que todo humano realiza día tras día de forma natural y desde siempre, ¿pero nos planteamos cómo ha cambiado el sistema alimentario desde los primeros cazadores-recolectores?

Bien, de esto hace años y evidentemente que ya no necesitamos cultivar y cazar en la naturaleza para obtener alimentos gracias al desarrollo de mercados por ejemplo y eso, por tanto, se percibe como un gran avance. El problema es que la desconexión y la explotación en el medio natural es tal que hemos llegado a una situación en la que no se pueden garantizar plenamente los derechos a tener una alimentación de calidad, ya veces ni a tenerla, y mucho menos garantizarla lo en las futuras décadas. Como se ha comentado, no es sólo la alimentación, es también la biodiversidad, el clima o la fuente de los recursos energéticos, materiales y naturales que se encuentran en el punto de mira por no haber hecho ni realizar actualmente una gestión sostenible que garantice los derechos más fundamentales de la sociedad.

Históricamente, cada generación ha tenido que hacer frente a retos particulares. Crisis económicas, guerras, plagas o hambrunas obligaban a la gente a cambiar las rutinas, modificar la manera de vivir y adaptarse a nuevas condiciones. Las alternativas, si es que podían elegir, eran la muerte o, algunas veces, emigrar a otros lugares y empezar de nuevo. Lo importante es que abandonarlo todo y marcharse era una opción, ya que las crisis eran de alcance local.

Pero la crisis que debemos afrontar en la actualidad tiene una característica particular. Su alcance es planetario, por lo que no tenemos ningún lugar al que ir. En este sentido nos encontramos en una situación que se puede comparar a la que tuvo lugar durante el colapso de la Isla de Pascua. La sobreexplotación de los recursos y las guerras tribales llevaron a una crisis ecológica que causó la muerte de la mayoría de los habitantes de la isla, puesto que no disponían de ninguna manera de abandonarla. Las barcas que tenían eran demasiado pequeñas y débiles y tampoco tenían los conocimientos para navegar hasta tierra firme, lugar donde habrían podido salvarse . La única opción que tenían, aunque ellos lo ignoraban, era cambiar la manera de vivir para salvaguardar los recursos disponibles de modo que la isla siguiera proporcionando, como siempre había hecho, suficiente alimento, agua y refugio.

El caso de la isla de Pascua se ha puesto a menudo como ejemplo de lo que estamos afrontando, a una escala infinitamente superior. El planeta siempre ha generado recursos suficientes (agua, alimento, terreno, energía, reciclaje) para satisfacer las necesidades de la población. Otra cosa era que los aprovecháramos de forma sensata, pero la disponibilidad estaba ahí. Pero todo sistema físico tiene limitaciones y, con una población en constante crecimiento y con un hambre de recursos cada vez mayor, estamos forzando las posibilidades del planeta de forma muy poco sensata. No hace falta ser un genio para entender que es una situación insostenible a largo (o no tan largo) plazo.

La llegada del Antropoceno, la era en la que el impacto de la actividad humana ya tiene efectos sobre la dinámica del planeta, era sólo cuestión de tiempo.

Ni que decir tiene que ignorar esta situación no es una buena idea, pero tampoco podemos pasar por alto la inmensa dificultad de cambiar las dinámicas sociales. Especialmente cuando existen grandes intereses en impedir los cambios y dejar el problema para más adelante.

De todas formas, ya hemos conseguido dar los primeros pasos en la buena dirección. Para empezar, hemos identificado el problema y hemos conseguido que todo el mundo tenga conciencia de ello. Puede parecer algo menor, pero sin una conciencia ciudadana de los cambios que estamos generando y de la necesidad de prevenirlos y revertirlos, sería imposible iniciar políticas efectivas para conseguirlo.

El caso de Greta Thunberg es paradigmático ya que, no es la primera activista que defiende la movilización contra el cambio climático, pero ha logrado eco mundial y se ha convertido en un icono sobre todo para la juventud. Quizás sus propuestas pecan de demasiado simplistas, pero ha conseguido que la discusión pase a ser sobre el tipo de soluciones que queremos aplicar en lugar de discutir sobre si es necesario o no implementar soluciones.

Probablemente el principal problema, y ​​también el más acuciante, es la insaciable demanda de energía.

Queremos que sea práctica y barata, condiciones que pueden satisfacer perfectamente los combustibles como el petróleo o el gas. Desafortunadamente, ahora sabemos que el producto de combustión de estos combustible es la raíz del cambio climático . Si queremos dejar un ecosistema global mínimamente aseado a los que vendrán detrás de nosotros no tenemos más remedio que dejar de lado el modelo energético que tenemos actualmente. Por supuesto seguiremos reclamando que la energía fluya , por lo que habrá que buscar nuevos sistemas de generarla.

Y por muchas vueltas que le damos, al final sólo quedan dos opciones. La nuclear, que genera mucha energía pero que, en el estado tecnológico actual, genera también unos residuos inaceptablemente peligrosos, o las renovables, que todavía están muy lejos de ofrecer el rendimiento que necesitamos.

Aunque durante un tiempo habrá que hacer equilibrios combinando los diferentes sistemas para optimizar los rendimientos, lo que necesitamos es más investigación e innovación para mejorar la capacidad de estas tecnologías. Esto significa destinarle unos recursos que serían difíciles de movilizar sin una sociedad concienciada del problema. Por otra parte, resulta difícil generalizar y, a menudo, tomar conciencia de las enormes diferencias que existen entre países. Casi la mitad de la electricidad que utilizamos aquí proviene de reactores nucleares y la mitad de la restante se genera con sistemas renovables. Podría ser peor. Pero en países en vías de desarrollo o en otros lugares, como algunos Länder alemanes que tienen una importante industria del carbón, la generación de electricidad se realiza en un porcentaje muy elevado con fuentes generadoras de CO₂. Las buenas intenciones pueden estar, pero la economía manda.

Modificar la forma en que conseguimos energía es lo más importante y si no conseguimos detener el ritmo al que liberamos gases con efecto invernadero a la atmósfera, todo lo demás resultará irrelevante. Hay cierta tendencia a dejarse llevar por el pesimismo e incluso caer en el catastrofismo, pero hay motivos para pensar que podemos salir adelante. Ya lo hicimos en el caso del agujero de la capa de ozono que, a pesar de ser un reto comparativamente menor, requirió que todas las naciones se pusieran de acuerdo al prohibir el uso de determinados compuestos . Ahora la capa de ozono ha detenido su degradación y, lentamente se va recuperando. A pesar de los reiterados fracasos de las cumbres por el clima, existen motivos para mantener la esperanza.

Pero eso no será suficiente. Incluso controlando el cambio climático tenemos otros retos relacionados con la humanidad y el planeta que no pueden esperar. Debemos racionalizar y optimizar el uso del agua, un bien cada vez más escaso y que será una fuente de conflictos cada vez más frecuente. La mayoría de sistemas de obtención, transporte y distribución del agua son relativamente poco eficientes y todavía se permiten demasiadas prácticas que acaban contaminando ríos y acuíferos. De nuevo son necesarias medidas tecnológicas, como las mejoras en potabilización, sistemas de distribución y control de contaminantes, pero también sociales, que nos hagan entender el valor del agua y la necesidad de optimizar su uso.

Lo mismo nos ocurre con conceptos más abstractos, como la biodiversidad, que se menciona a menudo como sinónimo de pérdida de calidad medioambiental, pero que también representa un condicionante de cara al futuro ya que por cada especie que se pierde desaparecen todos los posibles usos que podemos sacarlos directamente y todos los beneficios indirectos relacionados con el mantenimiento de unos ecosistemas que hacen del planeta un lugar confortable para la vida.

La defensa del medio ambiente no se limita a amar a los animales lindos, como los gatitos. También es necesario, como mínimo, valorar la función que realizan animales como arañas, microbios o hienas. Un trabajo en el que la educación es fundamental, especialmente en un mundo cada vez más urbano.

Hay quien piensa que la respuesta a los problemas que nos amenaza pasa por la tecnología. En cierto modo es cierto. En cierto modo es cierto. Las soluciones tradicionales fueron útiles para resolver problemas del pasado, pero ahora necesitamos nuevas formas de relacionarnos con el planeta y esto requerirá sacar todo el partido al conocimiento científico y tecnológico. Pero es un error pensar que con eso es suficiente .

Es necesario un cambio de mentalidad que nos haga entender la forma en que nos relacionamos con el planeta de una manera más sensata.

Porque quizás las tecnologías del pasado ya no sirvan, pero la forma en que nos hemos relacionado con el medio ambiente, intentando sacar todo el provecho posible sin sobrepasar la capacidad de regeneración de la naturaleza, sí que es una guía que no deberíamos haber olvidado nunca.

BIOGRAFÍA

Daniel Closa es doctor en biología e investigador en el CSIC. Actualmente dirige un grupo de investigación sobre patologías inflamatorias el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona . Es autor de numerosas obras de divulgación científica, como Blogs de ciencia, 100 mitos de la ciencia, Triviacat Ciencia o 100 secretos de los océanos (con Esther Garcés) y de ficción como El camino de la peste. Desde hace años participa en distintas iniciativas de divulgación de la ciencia.

Este texto incluye ediciones de Anna Garcia Tortosa (Fundesplai).